Tantra y heteronorma
Desde el entendimiento de la energética de la energía primal-sexual, podemos decir que somos adiestrados y programados desde pequeños por mandatos que reprimen nuestra emocionalidad y nuestra energía vital, lo cual forja nuestra identidad en base a valores caducos. La identidad más básica en la que somos adiestrados tiene que ver con el género. El género de una persona (cómo se percibe a sí mismo) está condicionado, en nuestra sociedad, por la genitalidad. Nos creemos “varones” o “mujeres” (cultura binaria) según si nuestros genitales son biológicamente asignados como masculinos o como femeninos. Pero gracias a la filosofía y psicología contemporáneas podemos hacernos la idea de que no necesariamente tenemos que definir nuestro género y condicionar nuestras experiencias según ello. En este sentido, estas posturas contemporáneas coinciden mucho con el abordaje de las ciencias orientales como el Tantra y el Yoga, ya que ambas postulan que el ser, en su esencia, contiene toda la potencialidad y todas las energías (masculinas, femeninas, etc). Se plantea al ser humano como bisexual por naturaleza, más allá de su orientación sexual, género, etc, simplemente por el hecho de contener ambas energías. La problemática de las etiquetas sociales exceden, por supuesto, los temas relacionados a la genitalidad. Todo este sistema que define culturalmente qué es “correcto” y qué es “incorrecto” dependiendo del supuesto género que somos, podemos englobarlo en el término heteronorma. Cómo se trata a alguien dependiendo de su género, cómo no se lo trata; qué se puede hacer con cierta persona, qué no se puede, cómo debo ser yo según mi rol de género, cómo debe ser el otro conmigo; qué se espera de mí, qué espero yo de los demás, qué tipo de vínculos afectivos, sexuales o sexoafectivos “puedo” tener según esta norma, etc. Todo esto nos condiciona a vivir, sentir y ser de una manera dada. Si sistemáticamente estamos esperando que las cosas sean de una manera, ¿existe realmente lugar para lo “real”? ¿Qué siente cada ser humano “realmente” en su unicidad? ¿Cómo crear una cultura de la celebración de la diferencia? Esta posibilidad de permitirnos experimentar la unicidad del “género”, es decir, que pueda existir un “género” por persona, es una perspectiva muy interesante para abrir el juego y darle lugar a todas las identidades. Pero si, por el contrario, estamos llenos de ideas sobre cómo deberíamos ser, ¿cuánto lugar se le puede dar a lo espontáneo?
Pasamos décadas en donde la norma, a través de una institución y sus representantes, nos instan a quedarnos quietos, callados, llevando toda nuestra energía a la mente ya que es el único lugar donde podríamos desarrollarnos, dada la escolarización represiva que tenemos. Además de los discursos sociales y culturales que se cuelan sobre cómo debe ser “una señorita” o “un varón”; adiestramiento explícito de cómo sentarse, pararse, hablar, relacionarse, sólo para nombrar algunos.
Aún con toda esta historia social humana, es posible darnos el permiso de comprender que cada espacio, cada emoción o sentimiento, cada tejido, puede ser nuevo. Permitirnos soltar viejas ideas, viejos paradigmas y formas que ya no nos pertenecen; darnos el regalo de la inocencia, del “no saber”. Podemos asombrarnos con nuestras formas, inventar nuevas, resignificar y poner en valor esas partes de nuestro cuerpo o aquello que sentimos y que creíamos que “estaba mal” o no era adecuado. El tantra propone tratarnos con amor, relacionarnos desde estos cuerpos, aprender desde la inocencia, como los niños pequeñitos. El tantra propone que, si nos permitimos soltar nuestra supuesta sapiencia, podremos descubrir con asombro el cuerpo que habitamos y la conciencia que nos habita. Las propuestas que trae esta antigua ciencia oriental de las emociones nos alientan a explorar el cuerpo, las emociones, darle lugar a ambas, validar todo lo que siento y suspender los juicios durante ciertos lapsos. De estas simples formas de acercarnos a nosotros mismos y acortar la brecha del neuroticismo.